La corneta suena a las 6 de la mañana. En pocos minutos, el amplio y
colorido patio de la casa nubia de Asuán que cada año alquilan los
miembros de la expedición arqueológica de la Universidad de Jaén en el
sur de Egipto, es un hervidero de gente. Tras un rápido desayuno se
guarda el material en grandes arcones y, antes de las siete, partimos
hacia el
yacimiento de Qubbet el-Hawa (en árabe, cúpula del viento)
Está cerca de la casa, a unos diez minutos a pie, así que subimos
andando, rodeados de desierto, con la Luna todavía en el horizonte y el
río Nilo a nuestros pies. Es el primer día de la campaña de 2014, la
sexta que el equipo andaluz liderado por Alejandro Jiménez Serrano y
Juan Luis Martínez de Dios excava en la necrópolis de Qubbet el-Hawa, el
lugar elegido por los gobernadores del sur de Egipto para pasar la
eternidad.
Juan Luis Martínez de Dios (I) y Alejandro Jiménez, en la tumba QH33
CRISTINA LECHUGA
El complejo funerario alberga casi un centenar de tumbas talladas en la roca de la colina,
la mayoría pertenecientes a nobles del Reino Antiguo y el Reino Medio
(2600-1750 a. C.) aunque también las hay posteriores. Muchas fueron
reutilizadas en otras épocas. La necrópolis está situada a unos 130
metros de altura, enfrente de la moderna ciudad de Asuán, a la que se
accede cruzando el Nilo en un breve trayecto en barco.
Los trabajos del equipo español se centran sobre todo en la tumba QH33 y en los numerosos enterramientos que allí han descubierto de finales de la Dinastía XII.
"Cuando llegamos en 2008, a la entrada había cinco metros de arena que
hubo que retirar", recuerda el arquitecto Juan Luis Martínez de Dios. Lo
normal es comenzar la campaña a finales de enero, aunque este año han
empezado más tarde de lo habitual, a finales de febrero, debido al
nacimiento del segundo de hijo de Alejandro Jiménez, que ya se perdió el
primer parto por estar precisamente en Egipto.
La restauradora Teresa López-Obregón y la egiptóloga Yolanda de la Torre analizan una vasija.
R. FERNÁNDEZ
Cada campaña dura unas seis semanas durante las
cuales se contrata a obreros egipcios para la parte más dura de la
excavación, que es supervisada por un inspector que las autoridades
asignan a cada equipo para comprobar que el plan se desarrolla según lo
previsto y vigilar que no se roben piezas. Tal ha sido la cantidad de
material arqueológico encontrado que han tardado cinco temporadas en
acceder a la cámara funeraria intacta que descubrieron en 2008 y que
este año va a ser restaurada.
También excavan varios pozos, uno de ellos de más de diez metros de
profundidad, y van cribando cuidadosamente todo el material que va
saliendo en los capazos buscando pequeñas piezas. Una tarea para la que
hace falta paciencia y que, según confiesa la arqueóloga Yolanda de la
Torre, es la parte más aburrida.
Las restauradoras Catalina Calero y Teresa López-Obregón no dan
abasto para reparar los ataúdes hallados y las piezas que van sacando
del yacimiento. Algunas están muy deterioradas por la acción de las termitas y los ratones.
Ángel Rubio, en uno de los pozos del yacimiento.
R. FERNÁNDEZ
La tumba 33 fue construida en el 1800 a. C, probablemente, por el
hermano de Ameny-Seneb, un gobernador del sur de Egipto, para albergar
un mausoleo familiar: "Originalmente pudo haber enterradas diez personas. Después fue saqueada y reutilizada.
El gran periodo de ocupación, durante el cual enterraron a personas de
todos los estratos sociales, fue entre el 850 a.C y el 550 a.C", relata
Jiménez.
Enclave comercial y fronterizo
Vista de la necrópolis de Qubbet el-Hawa, en Asuán.
RAÚL FERNÁNDEZ
Aquí no hay grandes tesoros como los que se han hallado en las tumbas
de los faraones, pero el estudio de estos enterramientos y su entorno
tiene una gran importancia para comprender la sociedad egipcia. Fue un
enclave muy importante durante el Antiguo Egipto desde el punto de vista
estratégico y comercial: "Era la frontera con la vecina Nubia (actual
Sudán), pues era la última ciudad de Egipto. Era un lugar muy importante para el comercio con África y las poblaciones del desierto, pues por aquí entraba el incienso, la mirra, el oro, el marfil, maderas nobles como la caoba, plumas de avestruz, pieles de leopardo, aceites, perfumes. Y también personas", repasa el historiador.
De la mezcla de etnias que convivieron en esta zona dan testimonio
las inscripciones, como la que decora la tumba del gobernador Herjuf
(2200 a. C.) y en la que se relatan los tres viajes que hizo al centro
de África, en uno de los cuales trajo a un pigmeo (es la primera mención
a este grupo étnico). Pero la mejor prueba de esta diversidad son los
cientos de cuerpos encontrados en esta tumba, de cuyo análisis se
encargan Miguel Botella, Inmaculada Alemán y Ángel Rubio.
La investigación forense
"En este yacimiento hemos sacado ya más de 200 sujetos de distintas épocas, tanto viejos de 80 años como muchos niños. Hemos encontrado grupos étnicos muy curiosos. En Luxor los restos humanos son más homogéneos",
relata Miguel Botella, que lleva 43 años trabajando como antropólogo
físico forense. Para este doctor de la Universidad de Granada, que
también estudió Arqueología y Medicina, se trata de su quinta campaña en
Asuán, una cita a la que cada año hace un hueco entre los viajes que
con frecuencia hace a países de América Latina para ayudar a las fuerzas
de seguridad a esclarecer matanzas. Su trabajo en Egipto, en realidad,
no es muy distinto al que hace con la policía.
Cristina Lechuga y Raúl Fernández fotografían los objetos hallados.
T.G.
"Aquí estudiamos las causas de la muerte y las patologías que
sufrían. Hemos visto una gran cantidad de enfermedades infecciosas,
sobre todo de niños. El Nilo era una maravilla y permitía que la
población sobreviviera, pero al mismo tiempo tenía una contaminación
tremenda y causaba muchas infecciones", relata. "En los adultos
hay pocas fracturas y traumatismos, y muchas enfermedades
degenerativas, por trabajos duros o procesos infecciosos y malnutrición.
Su dieta era poco variada. También sufrían malaria", enumera mientras
muestra el hueso de la cadera de un sujeto "en el que se ve
perfectamente el proceso infeccioso". "Era un hombre y debía tener unos
20 o 21 años. Probablemente murió de una anemia producida por parásitos o
por el agua, que fue minando su salud", diagnostica.
Máscara de cartonaje del gobernador Heqaib III (1800 a.C)
CRISTINA LECHUGA
La vida que uno lleva deja huellas en los huesos y en esta zona había
canteras de las que se extraía el granito rosa o la sienita para
construir los templos egipcios y que hicieron mella en muchos ciudadanos
que trabajaban en ellas.
Sonia Romón, encargada de catalogar y archivar el material.
R. FERNÁNDEZ
De vez en cuando encuentran sorpresas, como una preciosa daga de
marfil, madera, plata y bronce colocada entre las vendas de una de las
momias. Las autoridades egipcias son muy estrictas y está
prohibido tomar cualquier muestra o sacar los restos del yacimiento, así
que los estudios forenses que pueden hacer son limitados
aunque a veces se pueden hacer radiografías. ¿Qué haría Botella con
estas momias en el laboratorio de Antropología de la Universidad de
Granada que dirige?: "Uf, haría maravillas, identificaciones en 3D. Podríamos reconstruir con un escáner la cara del individuo con unos parámetros bastante precisos", afirma.
Los arqueólogos calculan que apenas ha salido a la luz entre el 20% y el 30% de los restos del Antiguo Egipto.
Pero para los especialistas extranjeros también es prioritario
restaurar y conservar el patrimonio ya conocido para prevenir su
deterioro.
Por ejemplo, la arquitecta de la Universidad de Granada Mari Paz Sáez
Pérez, ha colocado testigos (una especie de rectángulos de yeso) en las
tumbas excavadas en la roca en Asuán para vigilar año tras año su
estado de conservación y planear estrategias para preservarlas. Además,
investiga el urbanismo de la necrópolis estudiando la disposición de las
tumbas.
De la Alhambra de Granada al sur de Egipto
Las químicas María José Áyora y Ana Domínguez, por su parte, se han
traído de la Universidad de Jaén un espectrómetro Raman portátil con el
que se disponen a investigar los pigmentos usados por los egipcios para
ejecutar sus bellas pinturas. Se trata de una especie de láser que
permite hacer análisis químicos no invasivos, es decir, no hay necesidad
de tomar muestras ni de tocar la superficie. "Este equipo lo usamos en
la Alhambra de Granada en un estudio para identificar los pigmentos y
materiales de la Sala de los Reyes", relata Áyora. Su principal enemigo
son las termitas, que producen compuestos orgánicos que pueden ocultar
la señal que recibe el láser y complicar la identificación de los
materiales.
Oliva Rodríguez, especialista en maderas, analiza muestras con su microscopio petrográfico.
CRISTINA LECHUGA
En otra tumba ha instalado su microscopio petrográfico Oliva Rodríguez, especialista en maderas. Con este instrumento investigará qué árboles usaban para fabricar sus ataúdes y estatuillas. La antracología, como se denomina su rama, permite también reconstruir el clima y la biodiversidad que había en el Antiguo Egipto,
determinando así si había especies diferentes a las actuales. Al lado,
los fotógrafos Cristina Lechuga y Raúl Fernández han colocado su
improvisado estudio, desde el que fotografían los objetos que van
saliendo sin cesar de los pozos.
A mediodía el calor aprieta. Aunque el termómetro marca 32º, con la
humedad la sensación de calor es de unos 40ºC. Junto a la tumba de
Sarenput II, famosa por sus pinturas, el egiptólogo José Manuel Alba
Gómez y Ana Belén Jiménez, licenciada en Bellas Artes, se refugian del
calor bajo una jaima mientras, respectivamente, van examinando y
dibujando las piezas de cerámica.
Por la tarde el trabajo continúa en la casa, en una habitación
habilitada como oficina. A última hora todos se reúnen para poner en
común los avances que ha hecho cada uno, discutir los hallazgos y
preparar la jornada siguiente. Participar en una campaña arqueológica en
Egipto es un privilegio para ellos, aunque no reciben remuneración por
su trabajo. El proyecto de Qubbet el-Hawa
cuenta en 2014 con 30.000 euros de presupuesto, que aporta la Universidad de Jaén y la
Asociación Española de Egiptología
(AEDE). La situación de algunos egiptólogos no es mejor el resto del
año pues, o bien están en paro, o tienen trabajos sin relación con la
ciencia. En anteriores campañas, incluso han tenido que pagar de su
bolsillo los billetes de avión.
José Manuel Alba Gómez y Ana Belén Jiménez examinan y dibujan objetos de la excavación.
RAÚL FERNÁNDEZ
Para Miguel Botella su hallazgo más importante durante sus campañas en el país del Nilo es haber demostrado que "el mito de que la civilización egipcia era rica y opulenta y vivía bien en todos los estratos sociales no es cierto. Excepto aquellos que gobernaban, la gente en general vivía en el límite de la supervivencia y muchos morían", asegura. "Si añadimos el exceso y la dureza de trabajo, tenemos estos monumentos maravillosos pero a costa del malestar de la gente".