Es una pequeña pieza de cerámica de unos tres centímetros de diámetro, rojiza, de tacto terroso e irregular. A pesar de su humildad, cuando se conocen las circunstancias de este objeto uno siente que tiene un modesto pedazo de historia entre las manos. Se trata de la ficha de un juego con el que algún ganadero oriundo de la sierra madrileña mataba el tiempo jugando a algo parecido al tres en raya allá por el siglo VII después de Cristo. La semana pasada, 1.300 años después, un paisano la desenterró del yacimiento de Navalahija en Colmenar Viejo, en el que 40 vecinos entre 17 y 60 años trabajan como arqueólogos voluntarios.
El yacimiento de Navalahija es uno de los dos que se encuentran en la Dehesa de Navalvillar a unos cuatro kilómetros de Colmenar Viejo. Fernando Colmenarejo, uno de los arqueólogos que coordinan las excavaciones, cuenta, al volante de un todoterreno, que esta extensión de 1.100 hectáreas alberga dos yacimientos de entre los siglos VII y VIII y una necrópolis de la misma época; todo se puede visitar. "Pertenecen a un momento trascendental, de transición entre el mundo antiguo y la Edad Media. Los núcleos rurales de esta época están poco estudiados". Además, la dehesa ha servido de localización para no pocos peplum (películas inspiradas en Roma) y spaghetti western. El uso ganadero no hace falta mencionarlo. Para aprensión del urbanita las vacas, que miran pasar el vehículo con expresión de infinita pereza, campan a sus anchas. Cada tanto un conejo completa la estampa rural cruzando ante las ruedas del coche y salvándose por poco.
En el yacimiento están Cristina Rovira y Rosario Gómez, las otras dos arqueólogas a cargo del proyecto, y ocho voluntarios que llevan desde las siete y media de la mañana barriendo tierra de los cimientos de dos construcciones de piedra. Sus vecinos del siglo VII les interesan tanto como para soportar el sol de este agosto implacable pico en mano y en medio de una polvareda constante. Una hazaña que requiere más arrestos que los empleados por Indiana Jones en cualquiera de sus entregas. Los arqueólogos les dan unas premisas básicas de seguridad y supervisan su trabajo constantemente. Rovira trabaja en lo que era una cocina. "Se sabe porque la tierra es más oscura por las cenizas del hogar".
Los voluntarios han aprendido rápidamente a interrogar a los materiales como profesionales. Vienen de Colmenar y Cobeña y quieren conocer la historia de su pueblo de primera mano. Además de la ficha de juego han encontrado otros restos de cerámica y cuchillos. Fernando, uno de los participantes, señala orgulloso un hueco cóncavo en la pared. De ahí sacó una piedra de moler de granito. "Leo todo lo que puedo sobre la historia de la sierra madrileña, pero aquí puedo imaginar como era la vida de estas personas". Su compañera Nuria, otra apasionada de la arqueología, reconstruye como un puzzle una gran teja. "Mira, ¿ves estas huellas de dedos? Son muy pequeñas, por eso se piensa que las tejas las hacían los niños", explica.
Al coordinador de las excavaciones le gustaría que se abriera una ruta arqueológica dentro de la dehesa por la relevancia de los restos y el éxito que ha tenido entre los vecinos -hay lista de espera para participar en las excavaciones-.
Dani tiene 17 años y mucha intuición, según Colmenarejo, para localizar grupos de piedras dispuestas con sospechosa regularidad, el primer indicio de una construcción. Es el más joven de los voluntarios y curiosamente está trabajando en un sondeo -la delimitación de un cuadrante de tierra- con Ramón, el más veterano. Un adolescente y un jubilado, sin ningún vínculo de sangre, entregados a la misma labor hacen pensar que los colmenareños antiguos deben ser muy interesantes, aunque los de este siglo no se quedan atrás.
Fuente: País
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